
Se encierra en sí misma
y celosa,
esconde tesoros
que crearon artistas antiguos.
Reposa en un nido
de montes cerrados,
apenas franqueables,
entre el río y las rocas severas.
Al ver el paisaje
tan cerrado a su espalda,
el viajero que llega del este
piensa que ha llegado al final,
pero no,
el camino continúa
agreste, enrocado y verde.
Hermoso.
En los crudos inviernos,
un inquieto y blanco velo
me impide ver mis montañas
desde la ventana.
Otras veces es la niebla,
que todo lo envuelve
y empapa la tierra bajo los brezos,
la que no me deja ver las cumbres.
Pero cuando brilla el sol,
este cielo es el mas azul de todos los cielos.
Y en las noches despejadas de enero,
la luna se mece entre las estrellas
y pugna por bajar al paraíso.